El Ratón de los Dientes

martes, 2 de noviembre de 2010

Seguramente a muchos de nosotros nos contaron el cuento del ratón que se llevaba nuestros dientes de leche, la noche siguiente al caersenos de la boca. Y es que apesar de que sabemos que es solo una historia, no me resistí a ser cómplice de esta tradición y me convertí en una más de sus seguidoras.

Aún recuerdo lo pequeño que era Leonardo cuando se le cayó el primer diente. Era la oportunidad perfecta de entregarle un argumento más interesante para él sobre la importancia de lavarse los dientes despúes de cada comida.

Y es que apesar de los cepillos de dientes con todos los personajes de moda, y las pastas dentales de deliciosos sabores, no encontraba la manera que el cepillado se convirtiera en un hábito para él.

Así que me animé a contarle del Ratón de los Dientes. Le expliqué que en la noche iba a venir a visitarlo ahora que había perdido un diente y que a cambio le dejaría un regalito. Y para completar la historia, después de acostado Leonardo, aproveché en escribirle una carta en forma de queso con dibujos de huellas de ratón en la que le decía:

"Querido amigo, el aroma de una exquisita comida me trajo hasta tu dormitorio. Seguramente estabas soñando con algo muy divertido porque tenías una gran sonrisa. Y adivina lo que me dejo ver tu boca abierta, nada más y nada menos que un orificio. Así que me dí con la gran sorpresa que te faltaba un diente. Me animé a buscar debajo de tu almohada, y que crees: me encontré una bellísima pieza. Te agradezco que la hayas cuidado mucho para mí. No te olvides de lavarte los dientes después de cada comida, sino tus dientes de leche ya no serán deliciosos y ya no vendré a visitarte y a dejarte regalitos. Tu amigo... El Señor Ratón"

A la mañana siguiente, Leonardo se levantó muy emocionado a revisar debajo de su almohada. Y fue grande su sorpresa al encontrar un carta con un dibujo de ratón y sus huellas, además de un billete con el que se podía comprar unos cuentos de animales que coleccionaba en aquella época.
Como aún no sabía leer, me pidió que le leyera la nota y acto seguido fue corriendo a lavarse los dientes porque tenía que cuidarlos para su amigo el Señor Ratón. Él no lo iba a defraudar, así que seguiría sus consejos al pie de la letra.

Desde entonces cada vez que ha perdido un diente recibe una carta de su amigo el Señor Ratón, además de la recompensa por tenerlos en buen estado. Como verán ya no es un problema pedirle a Leonardo que se cepille los dientes, aunque sé que seguramente ya sabe que esa historia es un cuento de su madre, y me sigue la corriente solo para que piense que es mi chiquito aún.

¡Hay que hacer lo correcto mamá!

jueves, 1 de julio de 2010


Aún recuerdo aquella noche en la que entramos a un Autoservicio dentro de un grifo. Hacía mucho frío y en las afueras del local se encontraban dos pequeños niños. Uno tendría aproximadamente 8 años y el otro, unos 5. Cada uno llevaba entre sus manos una bolsa de caramelos, que de seguro eran el medio para conseguir algo de dinero. Ambos tenían aspectos descuidados, pero muy respetuosos nos abrieron las puertas.

Yo iba a sacar dinero del cajero, y fui acompañada de mi guardaespaldas Leonardo. Como era de costumbre, iba a tener que pagar una comisión por sus servicios, y esta vez se trataba de unas gomitas ácidas que tenían forma de tiburón. Para variar eran las más caras de su categoría, pero mi hijo había sido un buen niño y hacía mucho que no tenía un detalle con él.

De repente, se me ocurrió la idea de probar su buen corazón. Como hijo único podría estar criando a alguien que estuviera acostumbrado a no pensar en los demás, y esa idea me perturbó por un instante.

Decidí comprar a escondidas sus gomitas y dos paquetes de galletas. Al salir de la tienda le entregué a Leonardo las galletas y le indiqué que se las diera a los niños que estaban vendiendo sus golosinas. Mi hijo rápidamente se acercó a ellos e hizo lo que le había solicitado. Luego me preguntó porque estaban esos niños solos en la calle, a lo cual le respondí que habían muchas criaturas que no tenían la suerte de tener una mamá o un papá que pudiera cuidar de ellos, y que por eso se veían obligados a salir a trabajar para tener qué comer.

Al instante, Leonardo me dio un fuerte abrazo y agradeció la suerte que tenía. Después, me pidió que le diera sus gomitas, a lo cual le respondí: "Cariño, con el dinero de tus gomitas compré los 2 paquetes de galletas que acabas de regalarle a eso niños".

Hubo un segundo de silencio. Aún recuerdo la cara de mi hijo desconcertado, pensando entre la tristeza de haber perdido algo o la alegría de haber ayudado a alguien. Despúes de un corto suspiro me miro fijamente y me dijo: "¡Está bien mamá, hiciste lo que era correcto!" Yo me quedé mirándolo, y aguantándome las lágrimas le pregunté: ¿No estás molesto conmigo?, a lo que él contestó: "No mamá, no lo estoy"

Rápidamente saqué de mi bolsillo sus gomitas ácidas, lo abracé y le expresé lo orgullosa que me sentía por él. Creo que mi felicidad fue tan inmensa al ver el gran corazón de mi hijo, que a pesar de su corta edad, esa noche aprendió 2 lecciones: la primera: que muchas veces hacer lo correcto cuesta, y la segunda: que existe más alegría en dar que en recibir.

8 horas laborales

martes, 25 de mayo de 2010


Era sábado, y en vez de estar en casa divirtiéndome con mi hijo, estaba en la oficina ultimando los detalles finales para el evento de la siguiente semana.

Le pedí a Gustavo que llevara a Leonardo a recogerme; así podrían rescatarme e irnos juntos a almorzar.

Apenas llegaron a mi centro laboral subieron rápidamente las escaleras hasta llegar a mi oficina.

Yo estaba embalando la última caja mientras que Leo inspeccionaba cautelosamente mi escritorio.

Debajo del vidrio de mi aparador había un dibujo de colores fosforescentes que él me había hecho cuando tenía 3 años. Un sábado que lo llevé a trabajar conmigo, porque no tenía con quien dejarlo, mi hijo decidió dejarme un recuerdo digno de un da Vinci.

Me preguntó porqué lo conservaba hasta ahora, y yo le respondí que era mi incentivo para los días difíciles en que deseaba renunciar.

Después de jugar un rato en mi silla giratoria me miró fijamente y con la seriedad que lo caracteriza expresó: "Mamá, cuando sea grande yo quiero trabajar aquí". Yo me quedé sorprendida por su comentario y le pregunté si le gustaba entonces mi oficina. A lo cual él respondió diciéndome que le parecía bonita, pero que ese no era el motivo.

Su razón principal tenía intenciones más emotivas para mí. Me contestó que él quería trabajar ahí para así poder pasar muchas horas juntos.

Lo abracé muy fuerte y lo llené de besos. Semejante respuesta me había conmovido y a la vez me hizo reflexionar.

Muchas veces buscamos la perfección en el ámbito profesional y sacrificamos el papel más importante que decidimos asumir: El ser mamá.

Y es que no hay reconocimiento más grande que el amor de nuestros hijos y no existe tiempo mejor invertido que el que dedicamos a ayudarlos a crecer y verlos como se convierten en hombres y mujeres de bien.

La Mujer más Bonita

lunes, 22 de marzo de 2010

Era uno de esos días en los que el espejo era un enemigo más en la batalla de lucir bien. Y es que esa mañana me levanté más tarde porque el día anterior tuve que trabajar de amanecida. Pero verse bella no es cuestión de segundos, sino que toma de tiempo y sabiduría que en esos momentos no tenía.

Había que alistar a Leonardo para que fuera al nido, y el desayuno, y la lonchera y resultó que los minutos se hicieron segundos y no me quedó mucho tiempo para arreglarme y solo me amarré el cabello y con la cara lavada salí a trabajar.

¡Cómo odiaba el uniforme! No sabía si se achicaba con las lavadas o era yo que estaba cada día más gordita. En fin solo tenía que aguantar unas horas para llegar a casa y sentirme cómoda con mis pantuflas y mi pijama.

Por fin llegó la salida y pude correr a mi hogar para esconderme entre mis sábanas esperando convertirme de Patito Feo en un Hermoso Cisne. Pero la sorpresa llegó después de abrir la puerta...

En la mesa habían unas flores arrancadas de un jardín en un vaso de vidrio con una nota que decía: ¡Para la mujer más bonita!

Por la letra supe al instante que había sido mi pequeño de 3 años. Y es que al regresar del nido siempre pasaba por un parque de flores muy bellas. Y le había pedido a su cómplice Clara que cortaran algunas para que las viera cuando llegara de trabajar.

En ese momento me di cuenta que nuestros hijos nos ven con los ojos del alma y que para ellos no importa los kilos que pesemos, ni las arrugas que tengamos, ni el color de nuestros cabellos. Que se fijan más en la suavidad de nuestras manos para abrazarlos, o en el color de nuestros labios al darles un beso.

Que para ellos seremos sus "reinas de belleza" siempre que les demostremos cuánto los amamos.

La Mamá de Alguien

viernes, 12 de marzo de 2010




No importa cuantos títulos universitarios hayamos obtenido o el mejor puesto laboral que podamos conseguir, después de ser partícipes del maravilloso milagro de la vida, nuestros nombres de pila pasan a un segundo plano y nos rebautizamos como la mamá de alguien...

Es gracioso pensar que entre las madres del salón de mi hijo, nos ubicamos más fácilmente al presentarnos como la mamá de Gonzalo, la mamá de Sebastián, la mamá de Leonardo y no por nuestros nombres propios.

Y cuando tenemos que presentarnos en el salón en la primera reunión del año, más allá de hablar de nosotros mismos todos caemos en comentar cómo son nuestros hijos.

Y es que alguna vez alguien me dijo que nuestra mejor tarjeta de presentación eran nuestros hijos.

Así que la próxima vez que tengan que elegir un nombre para un futuro bebé piénsenlo dos veces porque ese será también el nombre por el que serán reconocidas.
 

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