8 horas laborales

martes, 25 de mayo de 2010


Era sábado, y en vez de estar en casa divirtiéndome con mi hijo, estaba en la oficina ultimando los detalles finales para el evento de la siguiente semana.

Le pedí a Gustavo que llevara a Leonardo a recogerme; así podrían rescatarme e irnos juntos a almorzar.

Apenas llegaron a mi centro laboral subieron rápidamente las escaleras hasta llegar a mi oficina.

Yo estaba embalando la última caja mientras que Leo inspeccionaba cautelosamente mi escritorio.

Debajo del vidrio de mi aparador había un dibujo de colores fosforescentes que él me había hecho cuando tenía 3 años. Un sábado que lo llevé a trabajar conmigo, porque no tenía con quien dejarlo, mi hijo decidió dejarme un recuerdo digno de un da Vinci.

Me preguntó porqué lo conservaba hasta ahora, y yo le respondí que era mi incentivo para los días difíciles en que deseaba renunciar.

Después de jugar un rato en mi silla giratoria me miró fijamente y con la seriedad que lo caracteriza expresó: "Mamá, cuando sea grande yo quiero trabajar aquí". Yo me quedé sorprendida por su comentario y le pregunté si le gustaba entonces mi oficina. A lo cual él respondió diciéndome que le parecía bonita, pero que ese no era el motivo.

Su razón principal tenía intenciones más emotivas para mí. Me contestó que él quería trabajar ahí para así poder pasar muchas horas juntos.

Lo abracé muy fuerte y lo llené de besos. Semejante respuesta me había conmovido y a la vez me hizo reflexionar.

Muchas veces buscamos la perfección en el ámbito profesional y sacrificamos el papel más importante que decidimos asumir: El ser mamá.

Y es que no hay reconocimiento más grande que el amor de nuestros hijos y no existe tiempo mejor invertido que el que dedicamos a ayudarlos a crecer y verlos como se convierten en hombres y mujeres de bien.
 

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