¡Hay que hacer lo correcto mamá!

jueves, 1 de julio de 2010


Aún recuerdo aquella noche en la que entramos a un Autoservicio dentro de un grifo. Hacía mucho frío y en las afueras del local se encontraban dos pequeños niños. Uno tendría aproximadamente 8 años y el otro, unos 5. Cada uno llevaba entre sus manos una bolsa de caramelos, que de seguro eran el medio para conseguir algo de dinero. Ambos tenían aspectos descuidados, pero muy respetuosos nos abrieron las puertas.

Yo iba a sacar dinero del cajero, y fui acompañada de mi guardaespaldas Leonardo. Como era de costumbre, iba a tener que pagar una comisión por sus servicios, y esta vez se trataba de unas gomitas ácidas que tenían forma de tiburón. Para variar eran las más caras de su categoría, pero mi hijo había sido un buen niño y hacía mucho que no tenía un detalle con él.

De repente, se me ocurrió la idea de probar su buen corazón. Como hijo único podría estar criando a alguien que estuviera acostumbrado a no pensar en los demás, y esa idea me perturbó por un instante.

Decidí comprar a escondidas sus gomitas y dos paquetes de galletas. Al salir de la tienda le entregué a Leonardo las galletas y le indiqué que se las diera a los niños que estaban vendiendo sus golosinas. Mi hijo rápidamente se acercó a ellos e hizo lo que le había solicitado. Luego me preguntó porque estaban esos niños solos en la calle, a lo cual le respondí que habían muchas criaturas que no tenían la suerte de tener una mamá o un papá que pudiera cuidar de ellos, y que por eso se veían obligados a salir a trabajar para tener qué comer.

Al instante, Leonardo me dio un fuerte abrazo y agradeció la suerte que tenía. Después, me pidió que le diera sus gomitas, a lo cual le respondí: "Cariño, con el dinero de tus gomitas compré los 2 paquetes de galletas que acabas de regalarle a eso niños".

Hubo un segundo de silencio. Aún recuerdo la cara de mi hijo desconcertado, pensando entre la tristeza de haber perdido algo o la alegría de haber ayudado a alguien. Despúes de un corto suspiro me miro fijamente y me dijo: "¡Está bien mamá, hiciste lo que era correcto!" Yo me quedé mirándolo, y aguantándome las lágrimas le pregunté: ¿No estás molesto conmigo?, a lo que él contestó: "No mamá, no lo estoy"

Rápidamente saqué de mi bolsillo sus gomitas ácidas, lo abracé y le expresé lo orgullosa que me sentía por él. Creo que mi felicidad fue tan inmensa al ver el gran corazón de mi hijo, que a pesar de su corta edad, esa noche aprendió 2 lecciones: la primera: que muchas veces hacer lo correcto cuesta, y la segunda: que existe más alegría en dar que en recibir.

 

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